Por Joaquín Hernández
Cada vez que le dices a un hombre que ponga la otra mejilla en la cara de un enemigo violento,
estas haciendo a ese hombre uno indefenso.
Le estás quitando su derecho divino a la autodefensa.
-Malcolm X
Vivimos en tiempos brutales, difíciles. Momentos en que la policía sigue actuando impunemente en las calles, en dónde, durante la pandemia, nuestras vidas son puestas en riesgo en el nombre de las utilidades del empresariado. Atravesamos un paréntesis sanitario de una revuelta que aún no concluye, y que no va a concluir con el encausamiento institucional de la Convención Constitucional. Puesto en otros términos, transitamos un momento histórico en donde la tibieza es colaboración con los poderosos a la vez que una concesión de poder a los que siempre lo han tenido en contra de un pueblo que ha sabido alzar su voz. Y para colmo, el criminal gobierno de Sebastián Piñera parece estar recorriendo la recta final para terminar impunemente su periodo.
Siempre se ha asociado esa tibieza, esa indefinición en nuestro país a la Democracia Cristiana, pero la verdad es que hoy ese no es su rol en el entramado político partidista. Hoy su labor es abiertamente conservadora, por mucho que nos quieran vender a una Yasna Provoste con su segundo apellido indígena y con una retórica (y nada más) confrontacional al gobierno criminal de Piñera. Pero hoy, esa «tercera vía» ya no es llevada a cabo por la DC, sino por un grupo, que también como juventud, ha emergido hace una década aproximadamente: el Cristianismo de la Democracia encarnada en el Frente Amplio.
Vendrán a decirme que la mayoría no son cristianos en el Frente Amplio, y es cierto, no adoran a Cristo, pero adoran la democracia representativa, capitalista, y blanca/europea como un símil a las imágenes de Cristo (también blancas y europeas según la tradición occidental), además que buena parte de su dirigencia estudió en colegios católicos. Desdeñan un poco la democracia chilena, pero la declaran «perfectible» como el Mercedes Benz de José Piñera. Es la moral judeocristiana en su grado máximo vertido en un sistema político que, si bien entrega mayores libertades, sigue siendo un sistema de dominación. No olvidemos que Piñera decretó el estado de Emergencia y sacó a los militares a la calle en octubre del 2019 usando las leyes de la actual democracia.
La valoración del Frente Amplio y sus adherentes por la democracia llega a tal punto que son capaces de velar por unas «minorías» que no son otras que los mismos sectores que nos han dominado por centenios, como ocurrió con la votación de la mesa ampliada en la Convención Constitucional, en donde en un «amable» gesto, le aseguraron a la derecha una vicepresidencia y la posibilidad de tener dos. «Levanta la voz por los que no tienen voz» dice proverbialmente el Frente Amplio, salvo que esos «sin voz» son los que han dictado el discurso y oprimido al pueblo por cientos de años. Qué importa que controlen los medios de comunicación, que financien campañas políticas a cambio de la defensa de sus intereses, son para el FA los desamparados en la Convención Constitucional que requieren tener mayor voz y respeto.
Si fuera solo cálculo político no sería tan preocupante como lo es, el hecho de que es realmente una posición ideológica. El cristianismo de la democracia es la ideología del Frente Amplio, tanto como ideario como su falsa conciencia. Su militancia cree que es mejor para el pueblo, para el país, y para el mundo, que Cubillos, Jürgensen, Marinovic y compañía tengan más voz y representación, y defienden ese principio como algo natural. En las pocas cosas y veces que la correlación de fuerzas ha estado a nuestro favor, corren a «emparejar la cancha», a asegurar las «credenciales democráticas» basadas en la dar la otra mejilla y amar al enemigo. La democracia, refaccionada como la de los países extractivistas del norte global (Suecia, Noruega, etc.) llevará al pueblo que habita este territorio a su bienestar ¿Lo creerán de verdad, o en el fondo se saben del bando de los privilegiados?
No-violencia
Defensores de los acuerdos y negacionistas de la lucha radical que da un pueblo por su supervivencia, se dividen entre la condena a la «violencia venga de donde venga» y la creencia que todo es montaje (como los sabotajes en el territorio mapuche). Para el Frente Amplio, el que no da la otra mejilla no requiere redención, y la prisión política parece para este grupo estar circunscrita a quién realmente no haya luchado contra este régimen opresor, pero para ellos es en el fondo, democrático. Tampoco el comandante Ramiro es un preso político, porque para el Frente Amplio durante la democracia sólo se lucha votando, manifestándose pacíficamente o mandando una carta a El Mercurio.
Reivindican la evasión estudiantil de octubre del 2019 a la vez que, como Giorgio Jackson, interpelaron a Carabineros para que dieran con los secundarios encapuchados meses antes. Niegan la violencia política de la revuelta a la vez que nos ofrecen el relato edulcorado de la multitudinaria marcha del 25 de octubre de ese año: «ésa es la forma de manifestarse», nos intentan decir. Y la verdad es que vienen desde el 2011 con el mismo discurso, parte de ese relato sin ningún asidero histórico de que los regímenes se cambian sólo con masivas marchas pacíficas.
Apologistas de lo que hoy llamamos «noeslaformismo», el Frente Amplio, al igual que toda esa literatura de la resistencia no-violenta, piensa que o se gana por los métodos más limpios o más vale perder. Discurso fácil cuando no es tu estómago el que resuena y que parece ser además de la lógica de «jugamos como nunca, perdimos como siempre», como si existiese un premio de consuelo en algún Cielo por haber peleado con métodos inofensivos, mezclados con la no tan cristiana (pero sí religiosa) noción del karma en una brutal, y perjudicial para el pueblo, juguera ideológica.
Pero ni siquiera llegaron a querer acabar con el régimen, o al menos no de una forma distinta a la que el Frente Amplio quería: una ecuménica acusación constitucional en donde los opresores tuvieran voz, y los suficientes votos, para defenderse y salir del paso. Junto a ello, firman un acuerdo que le dio continuidad al criminal gobierno de Piñera, un acuerdo de «Paz» (una palabra que también entienden de manera demasiado cristiana) y «Nueva Constitución» al mismo tiempo (literal) que la represión de Carabineros atacaba a pobladoras y pobladores de la población Lo Hermida en Peñalolén, Santiago.
Se trata, a fin de cuentas, del discurso de «dar la otra mejilla», tan cristiano como hipócrita, en especial cuando la mejilla que se ofrece no es la propia.
Redención
Si hay algo cristiano es la idea de la redención. Hay que darle otra oportunidad a un sector que cuando ha podido, ha masacrado a nuestro pueblo, que usa sus medios de comunicación para engañar a la población, su dinero para financiar campañas y lograr leyes favorables a sus intereses, y que ocupa las fuerzas policiales como guardias privados. Hay que darle cabida -piensa el Frente Amplio- en la mesa de la Convención Constitucional a los que nos roban el agua, especulan con las viviendas, plantan monocultivos forestales en tierras robadas, a quienes han creado un sistema de salud de tipo apartheid, entre otros privilegios que se han ido creando a costa del de la gran mayoría de las y los habitantes de este territorio. ¡Pero por supuesto, con algo de amor y un par de vicepresidencias en la CC se volverán buenos y construiremos un país entre todes!
Esta idea, más teológica que lógica, lleva a estos sectores adherentes del Cristianismo de la Democracia a creer que la Constitución debe hacerse entre todes, negando lo que toda Constitución ha sido: la expresión de una correlación de fuerzas. Una correlación que nunca ha sido tan favorable como ahora, y a pesar de que la derecha y los intereses empresariales aún se encuentran sobrerrepresentados en la Convención, los «buenos samaritanos» no lo consideran suficiente, y se esmeran en «emparejar la cancha» en favor de los oprimidos y sin voz (bueno, salvo por La Tercera, El Mercurio, Las Últimas Noticias, La Cuarta, La Segunda, Canal 13, Mega, Radio Bio Bio, Pauta FM, Radio Agricultura, Radio Carolina, y un largo etc., además de todos los medios de capital internacional).
Pero quizás el aspecto más brutal es la creer en la redención de las fuerzas represivas. No buscan ni la abolición de la policía, ni la creación de otro cuerpo policial fundado en otras tradiciones y valores («actividad policial por consentimiento» como en Reino Unido, para citar un ejemplo tibio pero preferible), sino que llaman a reformar o a lo más refundar Carabineros de Chile, así queda expresado en el programa presidencial de Gabriel Boric. Reformar o refundar a Carabineros puede que limpie las manos con sangre de la institución, pero no va a evitar que se las siga manchando cada vez que el pueblo salga a las calles, para marchar o para simplemente vender algo a modo de supervivencia.
Para quién trabajan
A la larga, y es algo que temo que veremos en el resto de la CC, al cristianismo de la democracia del FA como el heredero histórico del humanismo cristiano de la DC mesurando y votando artículos de la forma menos dañina posible para los poderosos. Por supuesto FA y DC no son iguales, como tampoco lo son los momentos históricos en donde ambos proyectos se sitúan. Pero el rol es algo que se preserva: actuar de mediador y de controlador para evitar la radicalización y una mayor cantidad de victorias del pueblo. No por nada el empresariado respiró tranquilo con un alza de más del 1,5% del índice IPSA al día siguiente de que Gabriel Boric superó a Daniel Jadue en las primarias del 18 de julio (y eso que Jadue milita en un partido que fue parte del gobierno neoliberal del segundo mandato de Bachelet). Claramente no es que deseen un gobierno del FA, pero al menos saben que aquel les entregará las garantías suficientes al gran empresariado para continuar su acumulación de capitales.
Lo brutal de una ideología como ésta es que nunca se sabe hasta qué punto es el auto-engaño de esa falsa conciencia. No se puede determinar si son activos y conscientes colaboradores de este régimen y protectores de los voceros del empresariado y sectores conservadores de nuestro país, o si bien hay un convencimiento de que amar al prójimo, aunque sea un violador de derechos humanos, es la solución para acabar con las desigualdades de este territorio llamado Chile.